Como señala Alex Grijelmo en su ensayo La seducción de las palabras, el
lenguaje se dirige tanto a la razón como a los sentimientos y “determinadas
palabras… desatan el sentimiento de aprecio o rechazo, independientemente de
los teoremas falsos o verdaderos”. Ningún uso de la lengua, desde una
declaración de amor a un tratado científico, está libre de la sugestión, pero
esta tiene una carga especialmente importante en las intervenciones del poder,
que hace del lenguaje una de sus principales armas para justificarse y
mantenerse.
Desde luego, el lenguaje periodístico también busca seducir; utiliza
bien o mal el sabor de las palabras. Y uno de sus malos usos es hacer de
trasmisor acrítico de las expresiones del poder, cuando una de sus funciones
debería ser desvelarlas.
“Los periodistas no sólo transmiten fielmente las manipulaciones que
llegan desde la cúpula, sino que se suman por su cuenta”, denuncia Grijelmo en
la obra citada. El primer paso para afrontar el uso torcitero del lenguaje por parte
del poder es, desde luego, identificarlo. Grijelmo señala ocho tácticas usuales
para las que es fácil encontrar ejemplos diarios.
La contradicción eficaz
El clásico recurso literario de la antítesis y el oxímoron es la raíz
de expresiones como “crecimiento negativo”, “daños colaterales”, que perfuman con connotaciones positivas la idea que
transmiten.
Las palabras grandes
Conceptos como justicia o libertad tienen una fuerte carga afectiva
(parecen reclamar la mayúscula) y cualquiera puede identificarse con ellos,
aunque luego, señala Grijelmo, “pueden servir para muy diversos significados,
porque cada cual los llena como su experiencia o sus deseos le dictan”.
Las palabras largas
Es el caso de los estiramientos de palabras comunes
(sobredimensionamiento, siniestrabilidad, contabilizar…), los tecnicismos
innecesarios y las perífrasis. Se
compone así un lenguaje que por una parte da más importancia a las palabras y
por otra dificulta juzgarlas, como si tuvieran un significado añadido y
desconocido.
La fuerza del prefijo
Los prefijos completan el sentido de la palabra principal pero a la vez
se identifican por encima de su función concreta. Así “revisión de tarifas”
evoca una repetición sin interés; “desdramatizar” sugiere que alguien
dramatizaba sin motivo; “anti-” trasmite una actitud cerril e irracional.
Las metáforas mentirosas
Una metáfora es tramposa cuando rompe la conexión entre el objeto
representado y la imagen que se utiliza; como cuando se utiliza “ajuste de
plantillas” para decir “despidos” o “acción disuasoria” por “ataque militar”.
Otra manifestación de este fenómeno, muy común en periodismo, se da cuando una
parte se identifica con el todo y se habla –por ejemplo– de CiU como los
catalanes.
Los posesivos y nosotros
Al englobar al que habla y al que escucha, “nosotros” transmite una
idea de unión. Y por el contrario, algunos líderes no dudan en utilizar el yo,
atribuyéndose todo el mérito de acciones colectivas.
Las ideas suplantadas
Es decir sustituir un término no deseado por otro “unido a conceptos
con mejor sonido y significado”. Es una técnica muy usual, pero manipuladora en
casos como referirse a “la dictadura franquista” como “el régimen anterior” o
hablar de “liberalización de la sanidad” frente a “privatización”.
Las palabras que juzgan
Son muchas las palabras que incluyen una opinión, positiva o negativa,
sobre su contenido. La elección de una u otra no es inocente.
El periodista deberá usar expresiones como las señaladas en las citas textuales, pero nunca incorporarlas como propias. De nuevo en palabras del periodista y estudioso del idioma Alex Grijelmo: “Si un periodista que se tenga por tal escribe 'Telefónica revisa sus retribuciones', eso significa que ha sido contaminado en su lenguaje por la propia fuente de la noticia”.
(Fotografía: Discurso de Hitler en 1935. Autor anónimo (Archivo de la RFA). Publicada en Wikipedia bajo licencia CC-by)