21 enero 2015

Cómo llevar a la práctica el derecho de expresión

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El atentado terrorista contra la revista Charlie Hebdo ha suscitado toda una reacción en cadena en el debate sobre los límites en el derecho a la libertad de expresión. Es cierto que se trata de un tema siempre conflictivo, pero en esta ocasión el asesinato de los humoristas no solo ha dado lugar a ver publicadas opiniones de toda índole (en el extremo el papa Francisco justificando la violencia de quien se siente ofendido), sino que en el terreno de los hechos ha dado lugar a sucesos tan paradójicos como que Arabia Saudí mostrara su repulsa a las muertes mientras condenaba a un bloguero a mil latigazos por críticar a sus autoridades religiosas o que Francia acompañara las declaraciones defendiendo la actuación de los dibujantes con la detención de un cómico por antisemitismo.
Por su simbolismo y sus repercusiones, este trágico suceso ilumina varias ideas importantes sobre la libertad de información y la comunicación, comenzando por el error de llamar a los asesinados periodistas. Estos son los principios que considero claves.

1. La libertad de opinión solo puede ser total
Como reza el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, "Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión". Ni siquiera la falsedad, la inconveniencia o la necedad de lo que se exprese pueden ser límites a este derecho salvo cuando se atenta de forma clara y grave contra otros derechos humanos.
Solo entendido así se puede garantizar el derecho de expresión frente a quienes invoquen otros derechos supremos, como la religión, la seguridad del Estado o cualquier otra puerta a la censura. El precio para blindar esta libertad es soportar opiniones que nos desagraden profundamente -lo mismo que pedimos a los integristas religiosos-, que es el primer paso para poder rebatirlas. Como ha señalado Fernando Savater, "en las democracias, el precio que pagamos por poder expresar sin tapujos nuestras opiniones y creencias es el riesgo de verlas puestas en solfa por otros".

2. El periodismo tiene reglas específicas
La libre expresión se concreta en mensajes enmarcables en distintos géneros y si la sátira y el humor tienen un campo casi ilimitado, la opinión debe estar justificada por razonamientos y el ámbito del periodismo es mucho más reducido aún y debe responder a los hechos tal como han sucedido.
Charlie Hebdo pudo hacer una portada con la frase "El Corán es la mierda" porque es sabido que todos sus mensajes hay que entenderlos como chistes (en este caso uno sin ninguna gracia, aunque haya que considerar a la revista en su conjunto), pero eso no es periodismo de ninguna de las formas. Así, lo que se presenta como información pierde todo el derecho a difundirse si es, simplemente, mentira.
Por tanto, la libertad de prensa no solo prohíbe las noticias falsas, sino también las tergiversadas. Por ejemplo, el caso del periódico israelí que alteró las fotografías de los líderes políticos en la manifestación de París, para eliminar a las mujeres presentes. Su opinión sobre la reproducción de imágenes no les da derecho a falsear la historia, el hecho objetivo de que allí había mujeres.

3. Las opiniones definen
En prensa es común leer el aviso de que las opiniones de los colaboradores no representan al medio, pero es indudable que las ideas y valores que se transmiten a través de chistes o columnas son claves para definir la imagen y personalidad de cada cabecera. Existe el derecho a fijar una línea editorial dando o no voz a una postura determinada y por tanto hay una responsabilidad moral por lo que se transmite.
Si un periódico tiene un articulista manifiestamente antidemocrático, una empresa hace publicidad con esterotipos racistas o una organización usa en sus comunicados lenguaje machista estarán amparados por la libertad de expresión, pero deben admitir otras posibles consecuencias, comenzando porque el público es igualmente libre de mostrar su repulsa a esas opiniones.
Por otra parte, esta presión es la que explica, por ejemplo, que mientras se defendía a los caricaturistas franceses, un programa de televisión expulsara a unos participantes por comentarios racistas y homófobos. Cada sociedad tiene sus propios tabús, que pueden ser justos o injustos, pero que existen. No se trata de respetarlos sin más, sino de contar con que existen.

4. Los intentos de censura tienen el efecto opuesto
Los asesinos de Charlie Hebdo querían que no hubiera más caricaturas de Mahoma y han conseguido no solo otras nuevas, sino darles una difusión inimaginable para la revista. Un ejemplo más del llamado efecto Streisand, que provoca que cuando una cosa se quiere callar en la red acaba siendo más publicitada.
La lógica de los fanáticos considerará que ha merecido la pena, pero empresas, instituciones y  comunicadores en general tienen que ser cada vez más conscientes de que cualquier acción que la sociedad entienda como intento de censura de expresión, incluso aunque pueda estar justificado, puede tener efectos contrarios.

(La imagen del Post, publicada en Wikipedia bajo licencia CC-by, muestra las "Siete palabras sucias", que por sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos no pueden decirse en radio y televisión y que sigue vigente).

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