02 octubre 2013

Cualquiera puede escribir, pero no publicar

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Escribir sabemos todos desde niños, ¡hemos ido a la escuela!, por lo que quién no va a poder contar lo que opina o lo que conoce en una página. Y no. Cualquiera con una mínima experiencia en el mundo de la comunicación se ha enfrentado a escritos que atentan contra las normas de la lengua y cualquier criterio estilístico y que demuestran la importancia de la edición de textos. Un trabajo que tiene como paradójica meta ser invisible, que no se note que ha existido.

Como señala el editor Martín Herrera, escribir requiere habilidades que "en la mayoría de los casos, los sujetos no dominan por completo": observarlas normas de ortografía y sintaxis, escoger las palabras adecuadas, ordenar la información... Y el editor se enfrenta al reto de hacerlo, respetando al máximo la voz del autor.
Sin embargo, sorprende comprobar la mala redacción de personas que se dedican a comunicar, como portavoces de colectivos, directivos de empresa o políticos. Y peor aún son dos tipos de reacción, no tan extrañas, al hacerlo notar.
Una es responder "pero se entiende" ante las correcciones de ortografía y sintáxis. Muy común ante la ausencia de acentos y la puntuación del texto por el método de siembra directa (arrojar comas y puntos a la página y dejarlos donde caen), pero que justifica cualquier desatino.
La otra reza "es mi estilo" y puede ser irreductible a cualquier argumento, ya que en el primer caso se puede apelar a la RAE o demostrar que no se entiende tan bien. Son innumerables las manifestaciones de malos estilos: Las repeticiones, los tópicos, la pobreza léxica, el infantilismo, el lenguaje vulgar, el lirísmo desmedido...
Naturalmente, el profesional más experto comete fallos, e incluso errores de bulto, como no dejan de demostrarnos los periódicos cada día. Principalmente, por no seguir tres normas básicas, que señala Luz Fernández en la web de Fundeu: repasar el texto de forma metódica, no hacerlo justo después de haberlo escrito para verlo con más lejanía y objetividad y pedir una segunda opinión.

(Fotografía manuscrito de Flaubert, publicada en Wikimedia bajo licencia CC-by)

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