Es evidente que el lenguaje transmite ideas y valores implícitos y cierto que algunas palabras y expresiones son muestras de racismo y sexismo que deben evitarse en el periodismo y la comunicación; pero también es verdad que esta lucha tiene uno de sus mayores campos de batalla en un lugar donde en lugar de un mal uso la víctima es un inocente: la claridad y la economía expresiva. Es lo que pasa cuando se ataca el masculino genérico; es decir, de plurales en masculino para referirse a ambos sexos -por ejemplo en "La corrupción es la principal preocupación de los ciudadanos"- abogando por palabras abstractas -"... de la ciudadanía"- o, peor aún, por desdoblamientos -"... de los ciudadanos y ciudadanas"-.
Esta práctica es cada vez más habitual en intervenciones de políticos ("compañeros y compañeras"), y si se usa puntualmente no es en absoluto reprobable porque la redundancia también es un recurso de estilo y puede servir para ejemplarizar que el orador tiene en cuenta a todo su público, pero si se abusa de ella, lo que se consigue es un discurso más pesado y artificial. Por esto mismo hay que rechazar de forma tajante son los intentos para erradicar el uso del masculino genérico del periodismo porque quienes así abogan parten de un principio totalmente erróneo y además es imposible su objetivo. Aunque desde luego hay otros muchos casos en los que el periodista debe cuidar de no caer en el lenguaje sexista.